Este año me tocó ser miembro de un tribunal de oposiciones. Es un cometido que hay que tomar con filosofía, ya que decidir entre tanta gente quién trabaja y quién no, no es agradable. No debería ser el cometido de profesores de secundaria, que es lo que somos. La mayoría son bastante buenos a nivel de conocimientos y de preparación, pero la cruda realidad es que plazas, plazas, hay pocas y sólo se les puede dar a los mejores. Quizás se debería plantear esta Sociedad por qué tantas personas tan válidas pretenden ser profesores, una opción en principio no preferida por profesionales cualificados que han sacrificado años de su vida estudiando en una facultad.
Sinceramente, lo único que me preocupa es que cuando acabe el proceso, todo haya salido bien y que no haya equivocaciones. Quiero seguir durmiendo tranquilamente por las noches...
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